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miércoles, 2 de marzo de 2011

Ciénaga deshidratada


Chamánica  vida, capaz de mezclar los sentidos, capaz de emborrachar los pensamientos y avergonzar al mal, tú que pierdes las formas cuando encuentras el camino, tú que conviertes la gracia divina en cartón gris, tú que corres por mis venas a la vez que vuelas con los pájaros atravesando el mar; dime dichosa:
 
¿Dónde estás?

Eres el giro que rueda, la ida sin vuelta, el peregrino paciente, la magia sin truco, tan dolorosa como un llanto sordo, tan  seca como una mirada muda, fósil efímero, tiempo libérrimo, erudito sin libro, utopía infinita, tan humana como universal, tu que retuerces toda estadística y probabilidad; dime dichosa:

¿Cuál es tu verdad?

A veces, la falta de exactitudes matemáticas o de profetas incansables, hacen que omitamos por completo la verdadera alquimia de nuestra existencia. Sucumbidos por los tambores de la razón o por las cimentadas creencias de antaño, olvidamos que la vida y su enigmática versatilidad, es aquella que nos otorga el poder de concebirla, pero jamás de controlarla.

Es el único fenómeno del cual no tenemos certeza si se repite fuera de nuestras fronteras, materia singular capaz de mimetizarse en casi cualquier terreno, evocando así, nuestra imaginación para darle millones de formas incomprensibles, tan variopintas y abstractas, como ella es para nosotros.


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